El rombo de N...
"-Mami, pupa, se come la pupita! - Oui, petit, c'st la pupa de mamá..." Mi amiga C le habla en francés a su pequeño N desde que él estaba en su barriga. A sus 3 años, N es perfectamente bilingüe.. .y perfectamente curioso. A sus 3 lindos años es un hervidero de colores, palabras, canciones e inquietudes. Se sabe los colores de una forma que me espanta (los carros no son solamente rojos sino que los hay vinotintos y los blancos pueden tener un tono más amarillento que los hace entrar en la categoría de beige... y él se los sabe todos!) y cuenta de una forma que me enternece porque se los salta todos menos los que de normal a los niños les parece difíciles... N es un ser como no hay otro, de eso estoy segura. El día 26 de este mes ví a N después de un año y casi 6 meses desde la última vez que nos vimos. Solía saludarlo yo con un "qui est le petit bonhomme le plus joli du monde?" (quien es el hombrecito más lindo del mundo?) y salía él, con sus enormes ojos de miel a verme directamente a los míos como diciendo "yo, yo soy...". Esta vez, la del reencuentro, entré al recinto donde estaba él con su mami y su abuela y, tras saludar a su mamá, lo saludé a él en francés, con el santo de siempre. Un poco arisco, me miraba sin lograr determinar muy bien si su mente no lo engañaba y si sería cierto que él había escuchado alguna vez de esta extraña una frase parecida a la que acabaa de escuchar. Entendí que estuviera distante y reacio. Un año y casi 6 meses eran justo la mitad de su vida! Lo dejé que me estudiara mientras hablaba con K, la madre de C, y con C misma. De la espera mía y algún diálogo casi monólogo, nació la confianza de él hacia mí. Parecía sentirse lo suficientemente a gusto conmigo como para poder ver juntos los carros a través de la ventana de la habitación. Porque estábamos en la habitación de la sección de hospitalización de una clínica en Caracas donde mi amiga C había dado a luz a su segundo bebé dos días antes. N estaba perfectamente consciente de que él estaba allí en calidad de hermano mayor de M. La llama por su nombre completo, no le dice "bebé" o "nené" como muchos niños a su edad. Mi amiga y su esposo, al igual que los padres de ambos, opinan que a los bebés hay que hablarle, en la medida de lo posible, como si fueran adultos... y se ven los resultado en N! De vez en cuando, emocionado, N gritaba y, en aquel recinto cerrado, yo me preguntaba como era posible que M durmiera tan plácidamente ante semejante estridencia. De inmediato le decía alguien en la habitación "no grites N..." y yo le aclaraba "porque M está dormida...". Y él volteaba, donde quiera que estuviera, a ver a su hermana, la hermana que él asume como menor porque él es el hermano mayor y él la va a cuidar mucho y "no va a gritar", en una especie de juramento de ser lo mejor para su hermana... y para probar que sí lo será, se propone dejar de hacer algo que parece le cuesta mucho dejar: los gritos por emociones. Claro, sabemos que él no va a dejar de gritar así como así. De hecho, parece que su promesa en ese momento se le olvidó. Pero lo que sí es cierto es que a él no se le va a olvidar nunca, jamás, el momento en que él descubrió cuan grande es... y cuan pequeñita y frágil es esa curiosa criatura que es su hermana. Hasta ese momento, todo el mundo le decía en su casa que él era el hermano mayor... y se veía porque él era tan grande que "ya no cabes en la barriga de mamá". Así que él lo había asumido con toda la lógica de sus curiosos y graciosos 3 años. En un momento dado, la placidez del sueño de M se interrumpó porque su estómago le dio la señal crítica de alerta. K la sacó de la cunita del retén y, mientras C se alistaba para alimentarla, N y yo quedamos un poco al margen. N se le quedó viendo a M y su abuela, para disminuirle los celos e incrementarle el sentido de importancia, le dijo "Mira N, M te está viendo, mira, mira como te busca...". En realidad M estaba desperezando sus párpados, sin enfocar muy bien sus aún no afinados ojos de color gris acero. Yo, para alcanzarle a N el contacto visual con su hermana, me ofrecí a alzarlo y así, por instantes, los ojos de ella se cruzaron en la línea de nuestra visión y N "sintió" la mirada de su hermana en él. Extasiado con ese privilegio de haber podido lograr ver cara a cara a su hermana, N volteó a ver a su madre, la división entre su abuela y su hermana y su persona en brazos de esta extraña conocida. Su sonrisa le llenó el rostro a mi amiga. Yo no pude ver la sonrisa que N tenía porque yo estaba de espaldas a él, cargándolo para que pudiera ver a su hermana desde la altura en que la tenía su abuela. Pero el rostro de mi amiga me devolvió fielmente la imagen de la cara de felicidad que N debió haber puesto al cruzarse con los ojos de su madre que sigue considerándolo centro emocional de su vida a pesar de que M es un nuevo centro gravitacional en la familia. En ese momento, K le pasa a mi amiga a la pequeña M. Tan frágil, tan diminuta me pareció, que le comenté a N en la oreja "viste, viste a M, qué pequeñita que es, viste? Verdad que tu eres grande? Por eso tú eres el hermano mayor, porque tú eres más grande y puedes ayudar a papi y mami a cuidar de ella, que es chiquita..." N respondía ausentemente con todos sus sentidos abiertos. Su cabeza asintiendo me dejaba saber que me oía y me entendía perfectamente, pero también me instaban a seguir pendiente del cuadro protagónico de mi amiga con su nuevo retoño en los brazos. M, todavía adormilada, buscaba uno de los pechos de su madre para succionar la leche. En ese instante N, sorprendido y confuso, dijo "mami, la pupa, se come la pupita!". Y mi amiga se lo confirmó en un dulce francés... las madres hablan en tantos tonos en tantos idiomas... Tal y como yo entendí que para N y su madre "la pupa" es "el pecho", entendí que N estaba descubriendo cómo es que los bebés se alimentan. Intuí que para él este momento, como ningún otro, sería uno de esos que no se le olvidará jamás y que servirá para probar en un futuro que esa teoría que dice que los niños no tienen recuerdos claros de su infancia sino a partir de los 7 años de edad, es falso. "Viste, N? M está comiendo... pero ella no come igual que tú, ella es muy chiquita y no puede usar tenedor y cuchara... viste? Verdad que come raro?" El asentía, extasiado. En eso veo que estira sus manitas como queriendo alcanzar algo. Lo acerco a la cama y se sostiene de las barandas de la cama clínica y utiliza este nuevo soporte para "halarse" hacia la escena. K dijo en ese preciso momento, "mira C, mira a tu hijo viendo a M comer..." C contaba luego que ella no lloró en ese momento al verle la cara de fascinación a N por algún raro misterio de la naturaleza, porque ella estaba absolutamente conmovida por el rostro de absorta atención e infinito cariño que N tenía. Durante ese encuentro, mientras M todavía estaba en brazos de su madre alimentándose, él me decía "es muy raro, muy raro..." La pronunciación de él, tan clara y correcta, me deja poco margen para reproducirles algo que puedan identificar como "netamente infantil": Pero es imposible describirles la madurez que de golpe había calado muy hondo en ese pequeño de voz infantil, de rostro dulce y de mirada angelical que sentía, de verdad sentía, la responsabilidad que tenía con aquel pequeño bultito que su madre sostenía en sus brazos en ese instante. De manera casi convulsa (para mí con un sentido muy claro de " de lo más importante a lo menos trascendental"), N repetía frases como "es muy raro..." y "es muy pequeñita... muuuuuuy pequeñita...". Cuando M terminó de mamar, su abuela la iba a colocar de nuevo en la cuna del retén. En eso, decide mostrársela a N por última vez y le dijo "mira bebé... quieres ver las manitos de M?" Y se produjo un nuevo milagro por la maravillosa curiosidad infantil... su vocecita dijo, con entusiasmo, un "sí" que retumbó en la calma de su respiración. K sacó los mitones que cubrían las manos de M y se revelaron, en toda su perfección, sus diminutos deditos alargados. De inmediato, N miró las suyas, las alzó frente a sus ojos, extendidas, y las acercó hasta que pulgares e indices se juntaron y formaron un rombito en el medio... yo le decía "viste que pequeñita es M y que grande eres tú? Pero así como era M eras tú, igual que como comió ella comías tú... igualito... sólo que tu has crecido y has cambiado y ahora puedes comer con tu plato, tu cuchara y tu tenedor... y tus manos ahorita pueden coger carritos y jugar... viste que M no puede?" Pocos instantes después, K puso a M de nuevo en la cuna del retén y N se quedó pensando en su silencio exaltado. Estaba emocionado y curioso... quería ver "pupas" porque no entendía cómo es que alguien come por ahí... y cuando vió las de su mamá decía "es raro, muy raro...". Lo hice comparar sus manos con las de su madre para que viera lo que le falta por crecer... y él brincando contento... Los niños... De más está decir que toda la tarde estuvimos preguntándole cómo eran las manos de M "explícale a papá cómo eran las manos de M, N!" Y salía él a juntar sus manitas extendidas, frente a sus ojos, alzándolas para que su papi las viera. Quien no vivió el momento en que él, su cabeza, en su infancia, comparó las manos de su hermanita con las de él en el aire, a una cama de distancia, no entiende por qué ese rombito que se forma entre sus dedos se le hace tan importante... A mí me lo preguntan y lo entiendo clarito. Para algunos, el símbolo del amor es circular, como un anillo... para N es un rombito, como el que se formá entre sus dedos índices y pulgares cuando junta ambas manos extendidas ante sí. Un rombo de amor por su hermanita M... Y yo sé que él nunca olvidará ese momento... |