16 enero, 2006

Amor cuando yo muera...

Amor, cuando yo muera no te vistas de viuda,
ni llores sacudiéndote como quien estornuda,
ni sufras «pataletas» que al vecindario alarmen,
ni para prevenirlas compres gotas del Carmen.

No te sientes al lado de mi cajón mortuorio
usando a tus cuñadas como reclinatorio;
y cuando alguien, amada, se acerque a darte el pésame,
no te le abras de brazos en actitud de ¡bésame!

Hazte, amada, la sorda cuando algún güelefrito
dictamine, observándome, que he quedado igualito.
Y hazte la que no oye ni comprende ni mira
cuando alguno comente que parece mentira.

Amor, cuando yo muera no te vistas de viuda:
Yo quiero ser un muerto como los de Neruda;
y por lo tanto, amada, no te enlutes ni llores:
¡Eso es para los muertos estilo Julio Florez!

No se te ocurra, amada, formar la gran «llorona»
cada vez que te anuncien que llegó una corona;
pero tampoco vayas a salir de indiscreta
a curiosear el nombre que tiene la tarjeta.

No grites, amada, que te lleve conmigo
y que sin mí te quedas como en «Tomo y obligo»,
ni vayas a ponerte, con la voz desgarrada,
a divulgar detalles de mi vida privada.

Amor, cuando yo muera no hagas lo que hacen todas;
no copies sus estilos, no repitas sus modas:
Que aunque en nieblas de olvido quede mi nombre extinto,
¡sepa al menos el mundo que fui un muerto distinto!

"Amor cuando yo muera". Aquiles Nazoa

Nunca me lo dijiste, amor, pero sé que lo hubieras querido así. Lamento, amor, saber que te fuiste así. Hoy me sale decirte amor. Ya sé que no éramos sino buenos amigos, pero me sale decirte amor. Es que te quería... como quiero a mis mejores amigos... y un poquito más. Y si a ellos les digo "mi amor" a tí te puedo decir "amor". Siempre te quise y, por amarte tanto, casi me perdí. Espero que sepas ahora, como antes, que te quise siempre, que te dí lo mejor que supe y que pude darte. Sabía, lo entendí, me lo hiciste saber, que me querías... a tu manera, la mejor que tenías, la única que sentías, con todo tu corazón... tarde fue para mí cuando reaccionaste, pero me querías. Espero no olvidarlo nunca. Espero que nunca dudes de mis palabras...

Hoy no lloro porque te fuiste. Lloro por no saber si fue doloroso para tí partir. Intuyo que no, que te fuiste sin dolor... si fue por lo que me imagino. Lloro, al final, por no saber por qué partiste.. aunque, como dice mi padre, "no hay que buscar explicaciones". Lloro, por no saber si yo fui la última lección que tenías que dar en esta tierra para poder reunirte con el Gran Espíritu del que hablaba Elizabeth en el libro que nos hizo entender que así como estábamos destinados a unirnos en esta vida, estábamos destinados a separarnos tras aprender lo que hubiéramos tenido que aprender... Te conté de esa historia? A ver, te pongo en contexto...

Elizabeth es una bella muchacha de ojos verdes con visos dorados. Hace no mucho tiempo perdió a su madre y ella se sentía muy triste, inmensamente triste. Fue a visitar a un psiquiatra de renombre en los EEUU para que la ayudara a recuperar un poco el sentido de su vida y, debido a que este doctor había sido pionero en lo de utilizar la terapia de regresión a vidas pasadas, había decidido que él fuera quien la tratara porque ella quería, por todos los medios, poder estar un instante con su madre e incluso, a ser posible, verificar si, de alguna manera, ellas habían compartido sus vidas antes. La simple certeza de saber que su madre había muerto pero que no la dejaría "sola" bastarían para poder aliviarle el dolor a esta linda mujer.

El doctor emprendió su labor tras prepararla por algún tiempo. En una de las hipnosis, ella se fue a un momento anterior a su existencia actual. El doctor pretendió llevarla al útero materno y ella saltó a una vida anterior. Esa fue solo la primera de muchas vidas que, junto con el doctor, revelaría. Y esas vidas por las que ella se paseó en la actualidad, le servirían de base para encontrar a una de sus almas gemelas en el presente: su pareja.

Pero antes de encontrarlo a él, sin hallar todavía a su madre, ella recordó una vida en la que parece haber sido muy felíz...

"Elizabeth entró rápidamente en trance. En un par de minutos sus ojos titilaban bajo sus párpados cerrados hasta que empezó a visualizar un remoto panorama.-La arena es hermosa- Empezó a decir al recordar una vida como nativa americana, tal vez en la costa oeste de Florida.

-Es todo tan blanco... a veces de color rosa.. la arena es fina, es como azúcar. Hizo una pausa y continuó. -El sol se pone por detrás del océano. Por el este veo unas ciénagas inmensas, repletas de pájaros y animales. El agua está llena de peces. Pescamos en los ríos y en los mares que separan unas islas de otras. Volvió a hacer una pausa y prosiguió. -Estamos en paz. Me siento muy feliz. Mi familia es numerosa; creo que tengo muchos parientes en este poblado. Conozco muy bien las raíces, las plantas y las hierbas... elaboro medicinas con las plantas... sé cómo curar.

En las culturas de los nativos americanos no estaba penalizado emplear pócimas curativas, ni realizar ninguna otra práctica holística. Los curanderos eran muy respetados e incluso venerados y no se los consideraba brujos ni se los ahogaba o quemaba en la hoguera.

Regresó a aquella vida pasada pero no emergieron recuerdos traumáticos. Su vida era placentera y dichosa. Murió de vieja, rodeada del poblado entero.

- Mi muerte no ha provocado excesiva tristeza. Observó despues de flotar por encima de su cuerpo marchito y de mirar la escena que se desarrollaba debajo. -A pesar de todo, parece que está todo el pueblo en pleno.

No se sintió en absoluto molesta por el hecho de que la gente del poblado no se afligiera por su muerte. Le tenían un enorme respeto y cariño a su cuerpo y a su alma. Lo único que faltaba era la tristeza.

- Nosotros no lloramos las muertes, porque sabemos que el espíritu es eterno. Si no ha finalizado su tarea, el espíritu regresa de nuevo en forma humana. A veces, examinando meticulosamente el cuerpo nuevo, se llega a descubrir la identidad del cuerpo anterior. Dijo, y después de reflexionar en ello, durante algunso momentos, añadió: -Buscamos marcas de nacimiento, en donde habían cicatrices, y también otras señales. Del mismo modo, tampoco celebramos los nacimientos... aunque es muy agradable volver a ver al espíritu otra vez. Continuó explicando y después hizo una pausa, tal vez para buscar las palabras con las que describir el concepto.

-Aunque la tierra es muy bella y nos muestra constantemente la armonía y la interrelación que hay entre todas las cosas, lo cual es una lección magistral, la vida aquí es mucho más dura. Con el Gran Espíritu no existen la enfermedad, el dolor, la separación; no hay ambición, competencia , odio, miedo ni enemigos; sólo paz y armonía. Por lo tanto, el espíritu pequeño, al regresar, no puede ser felíz de haber abandonado ese paraiso. No obraríamos bien si hiciéramos celebraciones cuando el espíritu está acongojado. Sería un acto muy egoista e insensible. Concluyó.

-Pero esto no significa que no demos la bienvenida al espíritu que regresa. Añadió rapidamente. -Es importante que en un momento tan vulnerable como este, le demostremos nuestro amor y afecto.

Una vez que explicó este fascinante concepto de la muerte sin tristeza y el nacimiento sin ceremonia, se quedó callada, descansando."

Oigo una de las canciones que más te disgustaban de las que más me llenaban el alma: Alegría. La oigo y recuerdo que fuiste tú quien me enseñó a tolerar con resignación a Metallica y Depeche Mode. A tí te debo haber aprendido a apreciar algunas de las canciones de The Red Hot Chilli Peppers y sé que "Juancito Trucupey", en la voz de Celia va a significar muchas más cosas para mí de aquí en adelante.

Te lloro, no con la tristeza de que te fuiste, sino con la incertidumbre de quizás no poder saber nunca qué sentiste antes de partir. Sé, tú me lo dijiste, que yo te había enseñado muchas cosas. Y tú, a mí, te lo dije, también...

Y quizás, al final, creo que no debería llorarte porque sé, también, que allá donde estás ya no hay sufrimiento ni soledad. Sé que estarás con tu tía J, a quien tanto amaste, con tu tío J que tanto significó para tí, que habrás visto otra vez a tu abuelo M, quien tan orgullosamente te apadrinó y por quién te pusieron tu segundo nombre. Seguramente, como antes, te preguntará lo que ya sabrá cómo responderás y amablemente se mecerá en su mecedora, como tantas veces lo viste hacer.

Espero que allá, tú, que tanto fuiste para mí, seas razón de luz para todos los que te llorarán sin entender lo que yo sí entiendo ahora...

Porque tu alma, como todas, es luz...