"Arroz con leche, me quiero casar
con una viudita de la capital.
Que sepa coser, que sepa bordar,
que ponga la mesa en su santo lugar."
Arroz con leche. Canción popular infantil venezolana para jugar al corro.
Estas canciones infantiles a veces me parecen incomprensibles. Cuando alguien dice la palabra "viuda" se nos viene a la cabeza una imagen muy clara: una viejita sobre los sesenta años, con un moñito "cebollita" que recoje sus plateados cabellos en la parte posterior de su cabeza y que viste de negro de arriba a abajo como símbolo solemne del luto que le embarga.
¡No hay equívocos! La viuda es una mujer de edad. Lo mismo ocurre con el "viudo": un caballero que, tristemente, contempla con la mirada ida, más allá del horizonte, su presente definido maniqueamente por su negro traje y sus plateados cabellos. Es así, no se discute, nadie se imagina otra cosa ante la mención de esas dos palabras. ¿Alguien quiere apostar?
No entiendo cómo es que los niños cantan canciones así. Supongo que están referidas a hechos nacidos del conocimiento popular aunque, en apariencia, resulte imposible encontrar una "viudita" para desposarse. Es decir, a menos que sea uno un "viudito" de más de sesenta años, no hay "viudita" que valga para uno. ¿Se entiende mi postura?
Ahora bien, no necesariamente SIEMPRE ocurre que las viudas o los viudos son gente de más de sesenta años. Claro que, en esos casos, las cosas se desarrollan de formas diferentes. Mientras a una viuda o un viudo "normales" se les da apoyo moral y se les vigila de cerca para que no pierdan sus rutinitas ni olviden sus pastillas por la tristeza que los embarga, a las "viudas" o "viudos" jóvenes la gente los escruta, los interprela y los analiza con la misma mezcla de curiosidad y lástima con que se analizan a los hijos únicos...
¿Alguna vez se han encontrado con un hijo único? No les ha pasado que, si no son ustedes los que hacen la pregunta, siempre sale algún curioso a preguntar la inequívoca tontería que siempre se les plantea a todos los hijos únicos:
"Y... ¿no te habría gustado tener hermanos?"
A ver... a mí siempre me pareció no sólo estúpida sino imprudente. ¿Cómo va a saber esa persona, que nuestra sociedad etiqueta bajo el nombre de "hijo único", qué se siente tener hermanos? ¿Acaso nadie ha oido aquella famosísima canción que dice, palabras más, palabras menos, que no se extrañan los labios que no se han besado? Entonces, yo me pregunto, ¿cómo se les ocurre que un hijo único va a extrañar el hermano que no tuvo? ¿Verdad que parece un poquito absurdo?
En el mejor de los casos, el "hijo único" sentirá curiosidad por la experiencia, quizás le habría gustado vivir la experiencia. En el peor de los casos, el no haber tenido hermanos sea un "faltante" tan importante para la persona que, la simple preguntita arriba expuesta se revele en un agonizante y punzante dolor no resuelto (e imposible de resolver, ciertamente) para el que porta el estigmático letrero de "hijo único".
Por estas simplísimas razones, soy de las que se abstiene de hacer comentario alguno sobre la "unicidad" de la progenie. Yo tengo una hermana menor y no sé por qué nadie me pregunta si yo hubiera querido tener un hermano mayor, o una hermana mayor, o un hermano menor... o ser hija única. Así, no entiendo el por qué preguntarle algo inexistente en sus conocimientos a un hijo único.
En el caso de las viudas o viudos "precoces", también opera una especie de curiosidad incoherente que raya en el sadismo puro y duro y se parece muchísimo a la que rodea a los hijos únicos. Conjeturo aquí, en mi cabeza, que como son seres "diferentes" para lo "común" en la sociedad y nos hacen sentir curiosidad porque ha de ser especial vivir con esa particularidad, nos parece irresistible hacerles preguntas sobre su excepcional manera de vivir. Ante una noticia de "viudez precoz", lo he llegado a entender así, la gente necesita ser comprendida: su sorpresa es demasiado grande y su "ponerme en el lugar del otro" es mínimo.
La cosa podría ocurrir como un encuentro casual entre una amiga que se casó y yo:
-Hay qué maravilla!! qué tiempo sin verte!!! ¿Y tu esposo?
- No pues...
- ¿Terminaron?
- Bueno, algo así...
- Ahhh! Y qué pasó? ¿Te puso los cuernos?
Primera falta de tacto: a mí una amiga me dice algo tan vago sobre el esposo y yo no pregunto más nada! Ya ella me dirá lo que quiera que yo sepa, si es que quiere que yo sepa algo! Se intuye que si el esposo no la acompaña, por algo será. Aquí surgen dos posibilidades:
a) Ella de inmediato me dice algo como "...porque tu sabes que él tenía que encargarse de unos asuntos de la familia..." ya yo respiro y me tomo el asunto con soda.
b) No me dice más nada mi amiga. Entiendo que la cosa es, de alguna manera, un tema poco agradable para ella y poco placentero de comentar. Entonces evito profundizar en el dolor que ella pueda sentir.
Pero ese no es nuestro caso y sigo con la preguntadera imprudente...
-Y tu esposo?
-No, pues... murió...
-¿Qué?!!! Estás bromeando!! (me estás jodiendo?!!/me estás vacilando?!!)
Segunda falta de tacto: Yo no sé si mi amiga tuvo 4 ó 6 ó 10 meses de psicoterapia para superar la muerte del esposo como para que, de paso, yo ponga en duda (basándome en el muy respetable criterio de que "hay gente que le gusta bromear con cosas con las que no se bromea") lo que dice del trágico fin de su relación amorosa. Sí, es verdad, también puede ser que mi amiga tenga un respirito en el alma y se sienta aliviada de que se le murió el esposo... pero como yo no soy quién para constatar esto, mejor me pongo en plan de pelar los ojos y ¡¡nada más!! No puedo pasar del "¿Qué?!!", señal de "no oí bien" o, mejor aún, señal de "¿oí lo que creí oir?" porque empiezo a meterme en áreas sensibles que es mejor no revolver...
- No, no es broma/joda/vacilón... se murió.
-Pero... ¿Cómo fue eso?
Tercera falta de tacto: En vez de decirle a mi amiga "lo siento, caramba... mira, cuando quieras hablar del tema, de verdad, cuenta conmigo... estoy para lo que sea... si necesitas oir consejos, arreglar papeles, hacer diligencias, llorar, gruñir... lo que sea, de verdad... cuenta conmigo", cosa que ayuda mucho (porque, si bien a la viuda se le saldrían las lágrimas a raudales, sé que también se le pintaría una sonrisita en el alma o el corazón sabiendo que por ahí cuenta con alguien para cualquier cosita), le hago la pregunta super ambigüa de "¿cómo fue eso?". Allí caben dos posibles respuestas, ninguna destinada a que mi amiga se sienta mejor:
a) -"¿Cómo fue eso?"
-Como suele pasarle a la gente cuando se muere, no vive más...
(La viuda anda de un humor tan ácido como el de la batería del carro...)
b) -"¿Cómo fue eso?"
- Bueno, se fue a dormir y no se despertó al día siguiente... (o cualquiera que haya sido la causa de la muerte del esposo de mi amiga)
En cualquier caso, sea la respuesta que sea, he dado un viaje sin retorno hacia las metidas de pata y, de aquí en más, mi interlocutora sabrá que, sea lo que sea que le diga, siempre será una metida de pata relacionada con la anterior y la que le precedió. Sin embargo, ignorante de lo que ya sabe mi amiga, prosigo el interrogatorio...
- No puede ser... Pero, ¿qué edad tenía él, pues?
Cuarta falta de tacto: He supuesto que mi amiga siguió los consejos de la celebérrima canción aquella que rezaba "40 y 20..." y se casó con un hombre que le doblaba la edad, aunque se conservaba muy bien porque no se veía avejentado. Además, le he revuelto el alma inevitablemente y los lodazales emocionales que viven en ella parecen arenas movedizas dispuestas a tragarse a cualquier infeliz que se resbale y caiga en uno de ellos...
- 33 años...
- No puede ser...
Quinto error: Si puede ser... ES: el hombre se murió! Y mi amiga está viviendo una serie de cambios bruscos que, en el mejor de los casos, se los toma con resignación... Volví a dudar de su palabra y la embarré aún más...
Y bien podría seguir cometiendo errores y metiendo las patitas hasta el fondo si no fuera porque, ya satisfecha mi curiosidad, reparo en el rostro entristecido de mi amiga que, con ojos suplicantes y aires de infinita resignación, parece esperar pacientemente que mi curiosidad infantil se agote... Y entonces sale de mí la frase que he debido decir en un principio:
- Ay, lo siento... No sé qué decirte... caramba... mira, cuando quieras hablar del tema, de verdad, cuenta conmigo... estoy para lo que sea... si necesitas oir consejos, arreglar papeles, hacer diligencias, llorar, gruñir... lo que sea, de verdad... cuenta conmigo.
Mientras la viuda me dice, bañada de una paciencia que sale de su sentido de tolerancia o de resignación (o ambas) :
-Tranquila... no tienes que decir nada. Gracias... (sonrisa amplia y dulce)
Que ¿por qué digo todo esto? Pues porque, precisamente, ese es mi caso. Quedé viuda a mis 27 años...
... y no hay vez que no me consiga con alguien que se instala a preguntarme sobre cosas que me revuelven emociones, que no agradezca la oportunidad de expandir mi tolerancia, mi paciencia, mi aceptación de todo y mi serenidad... aunque todavía llore por dentro y por fuera al revivir momentos y hechos a traves de ciertas pequeñeces del cotidiano que me tocan el corazón.
Pero, eso sí, como decía la canción de Edith Piaf, no lamento nada porque todo ha sido aprendizaje y enseñanza:
"Non, rien de rien,
je ne regrette rien
ni le bien qu'on m'a fait,
ni le mal, tout ça m'est bien égal"
(No, nada de nada,
no lamento nada
ni el bien que me han hecho,
ni el mal, todo eso me tiene sin cuidado)
Rien de rien. Edith Piaf