Apreciar el pasado
Entramos y las 5 mesas del lugar estaban ocupadas... 4 aquí, 6 acá, 4 allá, un señor más allaíto... "yo no veo como mucho asiento, no?", oí decir a quien iba a mi lado. Casi sin analizar mucho las palabras dije "no... no veo lugar..." Y de verdad no había sitio como no fuera en el piso, detrás de la última mesa y antes de la entrada a la cocina.
"Bueno, si quieren, se pueden sentar aquí y compartimos la mesa" dice el señor que estaba sentado solo. La mesa era lo bastante grande como para albergarnos a todos. Le dimos las gracias con una sonrisa muy grande y un sentido de amistad espontáneo. Había surgido de la nada pero se sentía muy claramente.
En un momento nos dieron el único menú en español del lugar. Sin perder tiempo le pedimos a nuestro amable anfitrión, el Sr L, que nos diera una sugerencia sobre qué comer. Luego de un par de recomendaciones y consejos en un perfecto español, decidimos qué escogeríamos del menú y se lo pedimos a un camarero “improvisado” que parece ser alguien que asiste pero no es parte del personal del restaurant, a juzgar por las bromas que le hiciera el bonachón Sr. L.
Mientras esperábamos la orden, le pregunté de qué parte del norte venía él. En realidad es un taiwanés acostumbrado a comer a la manera norteña porque su padre estuvo mucho tiempo vinculado con altas esferas del poder chino. Le hablé de una antigua amiga de origen taiwanés con la que había estudiado yo y otra de origen pekinés... y me preguntó de los apellidos para saber si conocía a las familias de ellas.
Como antigua inmigrante y acostumbrada como estoy a oir acentos y casi no notarle alguno en español al Sr L., le pregunté cuantos años tenía en el país. No sólo nos dijo que tenía 18 años sino que estaba casado, nos habló de sus hijos “tremendos”, de cómo conoció a su esposa, de cómo empezó a trabajar acá y cómo fue que llegó a ser lo que hoy es, lo que le hace felíz de su vida y, quizás, uno de los secretos más importantes de su vida...
“Uno no se puede lamentar de su pasado, hay que apreciar el pasado...” Y sonreía levemente... “no hay pasado malo, sólo nos enseña...”. Hizo memoria de su vida y nos habló de la tragedia de la Guaira. En el año 1999 él, su esposa y sus 3 hijos, vivían en Carmen de Urea... “Logramos salvar la vida pero salimos sin nada, nada, nada... nada... subimos el cerro y nos llevaron por helicóptero entre los rescatados y salimos sin nada de nada... pero salimos vivos...”
Si eso no fuera bastante para ilustrar su pedazo de filosofía, nada despreciable ni sensiblera, dice “lo material? Eso no vale nada... vale la vida de la gente que uno ama... mi esposa todavía lamenta mucho perder las fotos de los primeros años de los muchachos y se reúne con amigos de amigos, familia y conocidos para sacar copias de las fotos y rehacer los álbumes... pero eso no importa! (risas) Eso no vale nada... yo se lo digo pero ella se lamenta mucho de las fotos... estamos vivos...”
De golpe se me removieron muchas cosas por dentro que el Sr L. nunca supo ni sabrá, pero que mi compañero al lado sí notó. Quizás por eso me cogió de la mano y me apretó un poquito... Hice clic en ese momento pero la historia del Sr L. se había hecho mi relato y mi historia, mi Carmen de Urea personal se parecía al “salvar la vida pero salir sin nada” del que salió él con su familia... y comprendía la inmensidad de lo que me decía y me ilusionaba saber que, en algún tiempo, quizás hablaría yo así como él de lo mucho que el pasado le enseña a uno y que, realmente, nada en nuestras vidas ocurre por accidente sino con el fin de enseñarnos algo que nos hará ser algo más allá de lo que nunca soñamos ser...
El siguió hablando sin saber lo que me había producido su historia. Nos contó muy poco sobre lo difícil que fueron los primeros 6 meses y nos confesó que, poco a poco, se pusieron a flote de nuevo y ahora están muy bien. El va y viene por 3 sitios de Venezuela y casi cada mes va a visitar a su esposa y sus hijos, radicados ahora en un sitio que él define como “allá no hay río ni montaña, ni llueve casi, así que estamos tranquilos!” y reía con sus cachetes regordetes y sus ojos diminutos, con una dicha que le venía de dentro... con una dicha que se alcanza cuando se está feliz, realmente feliz porque se tiene todo lo que se puede y se debe tener y se aprecia en toda su dimensión lo que se tiene y se ha conseguido.
Esa capacidad de maravillarse cada día, de querer reinventarse cada día aunque nuestra actividad profesional sea la misma, ese querer abrazar cada instante con calma y plenitud, esa pasión de construir cada minuto un pedacito de la historia personal sin olvidar lo que el pasado nos regaló... esa convicción que nos hace aceptar que aún el pasado más feo nos ha regalado cosas... que el presente nos regala cosas... que todo es un regalo... eso, eso es lo único que nos hace salir del fango pestilente, de la ciénaga putrefacta en la que nos hallamos y convertirnos en una flor hermosa, elegante, de perfume delicado, de belleza contundente y de simbolismos inequívocos para los que nos saben contemplar con más de una mirada... esa es la convicción que nos hace evolucionar de lodo a flores de loto. Le representación más perfecta del hombre, según Buda.
Gracias, Sr. L., por la cena, por la lección y por hacerme ver que sí estoy en el camino, sólo que todavía estoy muy concentrada en acumular energías para nutrir ese capullito que ya se ve en mi plantita... pero pronto, lo sé, llegaré a florecer para ser algo hermoso que nunca pensé que llegaría a ser...