La princesa que quería la luna
Erase una vez una princesa que vivía en un castillo de un reino muy lejano. Su madre había muerto el día de su nacimiento y su padre, el rey, la amaba por sobre todas las cosas. Era una niña de ojos avispados, de cabellera negra hecha rizos apretados y de redondas mejillas. Era su piel color cobrizo y sus pisadas tan sonoras como la sombra. Era una niña amada por la corte entera y por su reinado, pues sería ella la heredera ya que su padre no contrajo nupcias nuevamente al morir la reina.
Un día, la princesa entristeció grandemente. Su dolor era visible en sus ojitos grises de brillo apagado. Dejó de comer y el rey se preocupó mucho. Llamó al sabio de la corte y a los nobles para que lo aconsejaran. Se le ordenó al bufón de la corte que se ocupara de hacer reir a la princesa mientras los sabios del reino decidían cómo sacarla de su condición con el médico real.
El bufón era muy buen amigo de la pequeña princesa. Al verla, supo que ninguno de sus chistes y trucos la harían sonreir. Sin embargo, intentó con algunos de sus mejores trucos, sólo para comprobar que no podría hacerla feliz ni un poquito. Se quitó su gorro con cascabeles y se sentó en la cama de la princesa. Ella veía fijamente al cielo estrellado a través de la enorme venta que ocupaba casi toda esa pared de su habitación.
El bufón le preguntó qué veía con tanta atención. Ella, tranquila, musitó “la luna”. El bufón volteó a ver el albo disco que brillaba incansablemente en el fondo azul y negro que le servía de telón. Allí, viendo a la luna en su enormidad, el bufón dijo a la princesa “es muy hermosa, verdad?” La princesa sólo asintió y dijo “es tan bonita que me gustaría poder tenerla. No hay nada más hermoso que la luna! Mi padre me ha dicho que cualquier cosa que yo desee, cualquiera que esté sobre la tierra y que él pueda conseguirme, me la dará... Pero como sé que la luna no es de la tierra, mi padre no puede conseguírmela y eso me hace tan triste...”
El bufón entendió la razón de la tristeza de la princesa y, pidiéndole permiso, decidió retirarse un momento a comunicarle al rey la causa real de la rara enfermedad de la princesa.
Allí, en el salón real, se reunían los sabios más importantes del reino y el rey mismo cuando el bufón pidió permiso para entrar. El lacayo real le dijo que no podía pasar y el rey preguntó al sirviente quién era. Pidió que el bufón entrara pues él sabía que si no estaba con la princesa, por alguna razón sería. El buen rey sabía del profundo afecto que la princesa tenía por el bufón de la corte y del mimo y la dedicación que el bufón tenía para con la princesa siempre, estuviera ella triste o alegre.
El bufón comunicó al rey la razón real de la misteriosa enfermedad de la princesa. De inmediato el médico real fue despachado de la sala, su presencia no era necesaria. Se mandó a llamar al astrónomo real, al matemático del reino y al físico real. Era necesario ver cómo conseguir a la luna para dársela a la princesa. El bufón regresó a la habitación de la princesa que, tranquila, estaba sentada en el borde de su cama, con los pies colgándole. El bufón hizo lo mismo y le propuso jugar a mecer los pies. A ella le divirtió la idea y empezó a imitar el vaivén que le proponía el bufón. En eso, él empezó a hacer círculos en el piso y le dijo “se parece a la forma de la luna, verdad? Un círculo grande...”
Y ella contestó “no, la luna es pequeña... lo que pasa es que nosotros somos mucho más pequeños que ella. Por eso nuestros pies no pueden dibujarla.” El bufón asintió y le dijo que le parecía muy sabia su reflexión. Luego empezó a hablar nuevamente “A mí me parece que la luna debe de estar hecha de crema. En el cielo debe de haber algún pastelero que todos los días hace una tarta gigante para que las estrellas se la coman al amanecer... y esa tarta decorada con merengue es la luna. Ves que hasta tiene las manchitas que hacen las sombras de los picos del merengue?” La princesa sonrió de buen grado por primera vez en mucho tiempo. “No seas tonto... está hecha de plata, claro está! Cómo se te ocurre la idea de un pastel? Qué cosas tan locas que se te ocurren! Qué divertido eres!” El bufón se sonrió y le dijo que para eso estaba él, para hacerla sonreir... y que, realmente, si veía bien a la luna, se veían las marcas del orfebre que había martillado con tanta maestría al disco que viajaba por los cielos. Volvió a pedirle que lo excusara, que ya volvía.
Raudo, el bufón se dirigió a la sala donde se reunía el rey con los sabios del reino.
El físico acababa de decir que era imposible meter a la luna en la habitación de la princesa pues sería como tratar de meter a dos castillos en su habitación. El rey decía que no quería imposibles sino soluciones. El sabio real decía que la luna no podría quedarse mucho tiempo con la princesa porque estaba hecha de queso y, al cabo de un tiempo, acabaría por oler mal. El astrónomo real decía que no era posible tomar a un planeta fuera del cielo y hacerlo entrar a la tierra, que los demás planetas se sentirían perdidos y podrían caer todos a la tierra... lo que podría ser una gran catástrofe. El rey se desplomó en su trono, desesperado de ver que no podría curar a su hija por culpa de tecnicismos que él mismo no comprendía. En eso, el bufón de la corte pidió audiencia y el rey, de buena gana, le hizo pasar. El bufón contó al rey lo que acababa de decirle la princesa. De inmediato, el físico real dijo “pero no hay una cantidad semejante de plata como para hace una réplica de la luna...” el bufón pidió permiso para retirarse y prometió regresar con la respuesta.
Entró nuevamente a la habitación de la princesa, con su sombrero de cascabeles en las manos, y se sentó nuevamente al lado de la princesa que, risueña, permanecía en el mismo sitio donde él la hubiera dejado. ”Dime, princesa”, dijo el bufón, “si la luna estuviera hecha de plata, no te parece que la tierra no tendría ni un gramo de ella? Toda habría debido usarla el cielo para fundir a la luna...”
Allí la princesa soltó una carcajada. “Claro que no, mi tonto bufón! Es apenas más pequeña que la uña de mi pulgar porque cuando la cubro con mi pulgar, mi uña resulta ser más grande... mira!”
A contraluz, quedaba resuelto el enigma de las medidas de la luna. La uña del pulgar derecho de la princesa era ligeramente mayor de tamaño que la luna en el cielo. De ese tamaño habría de ser la luna para la princesa!
Dichoso, el bufón se lo comunicó al rey quien, a toda velocidad, mandó a llamar al orfebre real y despachó a los sabios que había consultado. El orfebre dijo que no podría hacer eso porque la princesa podría ponerse a llorar al ver que la luna salía cada noche aunque ella tuviera a la luna en su cuarto. El rey estuvo de acuerdo en que eso podría ser una fuente de problemas, el bufón insistió en que se la hiciera colgando a una cadena que pudiera usar la princesa en su cuello. El rey, al principio, se opuso pero el bufón dio sus razones y al final, el rey ordenó la elaboración del regalo para la princesa. El orfebre se retiró pidiendo el resto de la noche y el día siguiente de plazo para hacerla. Se le concedió el plazo y el bufón se fue a hablar con la princesa. Durante todo el resto de la noche y el día que la siguieron, el bufón no se apartó del lado de la princesa que con desgano comía.
La noche siguiente, llegó el bufón con la cadenita y la lunita que pendía de ella. El rey, observaba con disimulo por la puerta. Al entregarla a la princesa, entre brincos y maromas, el bufón dijo “He aquí, mi princesa, a la luna. Ella accedió a dejarle a tu padre un pedazo de sí para dártelo a ti. Por eso, a veces, si la ves redonda en el cielo, sabrás que el pedacito faltante lo oculta a sus espaldas, pero si le ves una muesca en algún lado, sabrás que ha decidido girar para que puedas ver que es cierto el pacto que hizo con tu padre. Así que ya no debes sufrir más, la luna está aquí, en tu cuello...”
Así fue como la princesa sanó. El bufón siguió trabajando en la corte y, gracias a su sabiduría y sus chistes, logró ganarse el aprecio de los miembros de la corte. Y la princesa siempre llevó a la luna en su cuello.
No suelo contar cuentos infantiles en mi blog. No suelo hablar de política en mi blog. Pero hoy, justo hoy, no puedo evitar preguntarme quién es la princesa de este país a la que hay que consentir para evitar que enferme hasta morir... la misma que dice que todo, hasta los astros del cielo, caben en su mano pues, al final, la luna no es más grande que la uña de su pulgar...
Y me pregunto si el bufón será tan sabio como para poder saber decirle siempre alguna cosa que a la princesa le guste oir. Si al bufón se le acabaran los trucos para reir y los chistes para divertir, tendrá la sabiduría para poder hacer razonar a la princesa de otra forma? Será que tenemos bufón y princesa? Creo que sí, pero el bufón es más bien complaciente, no sabio. Y sin sabiduría, no podrá llegar lejos...
Un día, la princesa entristeció grandemente. Su dolor era visible en sus ojitos grises de brillo apagado. Dejó de comer y el rey se preocupó mucho. Llamó al sabio de la corte y a los nobles para que lo aconsejaran. Se le ordenó al bufón de la corte que se ocupara de hacer reir a la princesa mientras los sabios del reino decidían cómo sacarla de su condición con el médico real.
El bufón era muy buen amigo de la pequeña princesa. Al verla, supo que ninguno de sus chistes y trucos la harían sonreir. Sin embargo, intentó con algunos de sus mejores trucos, sólo para comprobar que no podría hacerla feliz ni un poquito. Se quitó su gorro con cascabeles y se sentó en la cama de la princesa. Ella veía fijamente al cielo estrellado a través de la enorme venta que ocupaba casi toda esa pared de su habitación.
El bufón le preguntó qué veía con tanta atención. Ella, tranquila, musitó “la luna”. El bufón volteó a ver el albo disco que brillaba incansablemente en el fondo azul y negro que le servía de telón. Allí, viendo a la luna en su enormidad, el bufón dijo a la princesa “es muy hermosa, verdad?” La princesa sólo asintió y dijo “es tan bonita que me gustaría poder tenerla. No hay nada más hermoso que la luna! Mi padre me ha dicho que cualquier cosa que yo desee, cualquiera que esté sobre la tierra y que él pueda conseguirme, me la dará... Pero como sé que la luna no es de la tierra, mi padre no puede conseguírmela y eso me hace tan triste...”
El bufón entendió la razón de la tristeza de la princesa y, pidiéndole permiso, decidió retirarse un momento a comunicarle al rey la causa real de la rara enfermedad de la princesa.
Allí, en el salón real, se reunían los sabios más importantes del reino y el rey mismo cuando el bufón pidió permiso para entrar. El lacayo real le dijo que no podía pasar y el rey preguntó al sirviente quién era. Pidió que el bufón entrara pues él sabía que si no estaba con la princesa, por alguna razón sería. El buen rey sabía del profundo afecto que la princesa tenía por el bufón de la corte y del mimo y la dedicación que el bufón tenía para con la princesa siempre, estuviera ella triste o alegre.
El bufón comunicó al rey la razón real de la misteriosa enfermedad de la princesa. De inmediato el médico real fue despachado de la sala, su presencia no era necesaria. Se mandó a llamar al astrónomo real, al matemático del reino y al físico real. Era necesario ver cómo conseguir a la luna para dársela a la princesa. El bufón regresó a la habitación de la princesa que, tranquila, estaba sentada en el borde de su cama, con los pies colgándole. El bufón hizo lo mismo y le propuso jugar a mecer los pies. A ella le divirtió la idea y empezó a imitar el vaivén que le proponía el bufón. En eso, él empezó a hacer círculos en el piso y le dijo “se parece a la forma de la luna, verdad? Un círculo grande...”
Y ella contestó “no, la luna es pequeña... lo que pasa es que nosotros somos mucho más pequeños que ella. Por eso nuestros pies no pueden dibujarla.” El bufón asintió y le dijo que le parecía muy sabia su reflexión. Luego empezó a hablar nuevamente “A mí me parece que la luna debe de estar hecha de crema. En el cielo debe de haber algún pastelero que todos los días hace una tarta gigante para que las estrellas se la coman al amanecer... y esa tarta decorada con merengue es la luna. Ves que hasta tiene las manchitas que hacen las sombras de los picos del merengue?” La princesa sonrió de buen grado por primera vez en mucho tiempo. “No seas tonto... está hecha de plata, claro está! Cómo se te ocurre la idea de un pastel? Qué cosas tan locas que se te ocurren! Qué divertido eres!” El bufón se sonrió y le dijo que para eso estaba él, para hacerla sonreir... y que, realmente, si veía bien a la luna, se veían las marcas del orfebre que había martillado con tanta maestría al disco que viajaba por los cielos. Volvió a pedirle que lo excusara, que ya volvía.
Raudo, el bufón se dirigió a la sala donde se reunía el rey con los sabios del reino.
El físico acababa de decir que era imposible meter a la luna en la habitación de la princesa pues sería como tratar de meter a dos castillos en su habitación. El rey decía que no quería imposibles sino soluciones. El sabio real decía que la luna no podría quedarse mucho tiempo con la princesa porque estaba hecha de queso y, al cabo de un tiempo, acabaría por oler mal. El astrónomo real decía que no era posible tomar a un planeta fuera del cielo y hacerlo entrar a la tierra, que los demás planetas se sentirían perdidos y podrían caer todos a la tierra... lo que podría ser una gran catástrofe. El rey se desplomó en su trono, desesperado de ver que no podría curar a su hija por culpa de tecnicismos que él mismo no comprendía. En eso, el bufón de la corte pidió audiencia y el rey, de buena gana, le hizo pasar. El bufón contó al rey lo que acababa de decirle la princesa. De inmediato, el físico real dijo “pero no hay una cantidad semejante de plata como para hace una réplica de la luna...” el bufón pidió permiso para retirarse y prometió regresar con la respuesta.
Entró nuevamente a la habitación de la princesa, con su sombrero de cascabeles en las manos, y se sentó nuevamente al lado de la princesa que, risueña, permanecía en el mismo sitio donde él la hubiera dejado. ”Dime, princesa”, dijo el bufón, “si la luna estuviera hecha de plata, no te parece que la tierra no tendría ni un gramo de ella? Toda habría debido usarla el cielo para fundir a la luna...”
Allí la princesa soltó una carcajada. “Claro que no, mi tonto bufón! Es apenas más pequeña que la uña de mi pulgar porque cuando la cubro con mi pulgar, mi uña resulta ser más grande... mira!”
A contraluz, quedaba resuelto el enigma de las medidas de la luna. La uña del pulgar derecho de la princesa era ligeramente mayor de tamaño que la luna en el cielo. De ese tamaño habría de ser la luna para la princesa!
Dichoso, el bufón se lo comunicó al rey quien, a toda velocidad, mandó a llamar al orfebre real y despachó a los sabios que había consultado. El orfebre dijo que no podría hacer eso porque la princesa podría ponerse a llorar al ver que la luna salía cada noche aunque ella tuviera a la luna en su cuarto. El rey estuvo de acuerdo en que eso podría ser una fuente de problemas, el bufón insistió en que se la hiciera colgando a una cadena que pudiera usar la princesa en su cuello. El rey, al principio, se opuso pero el bufón dio sus razones y al final, el rey ordenó la elaboración del regalo para la princesa. El orfebre se retiró pidiendo el resto de la noche y el día siguiente de plazo para hacerla. Se le concedió el plazo y el bufón se fue a hablar con la princesa. Durante todo el resto de la noche y el día que la siguieron, el bufón no se apartó del lado de la princesa que con desgano comía.
La noche siguiente, llegó el bufón con la cadenita y la lunita que pendía de ella. El rey, observaba con disimulo por la puerta. Al entregarla a la princesa, entre brincos y maromas, el bufón dijo “He aquí, mi princesa, a la luna. Ella accedió a dejarle a tu padre un pedazo de sí para dártelo a ti. Por eso, a veces, si la ves redonda en el cielo, sabrás que el pedacito faltante lo oculta a sus espaldas, pero si le ves una muesca en algún lado, sabrás que ha decidido girar para que puedas ver que es cierto el pacto que hizo con tu padre. Así que ya no debes sufrir más, la luna está aquí, en tu cuello...”
Así fue como la princesa sanó. El bufón siguió trabajando en la corte y, gracias a su sabiduría y sus chistes, logró ganarse el aprecio de los miembros de la corte. Y la princesa siempre llevó a la luna en su cuello.
No suelo contar cuentos infantiles en mi blog. No suelo hablar de política en mi blog. Pero hoy, justo hoy, no puedo evitar preguntarme quién es la princesa de este país a la que hay que consentir para evitar que enferme hasta morir... la misma que dice que todo, hasta los astros del cielo, caben en su mano pues, al final, la luna no es más grande que la uña de su pulgar...
Y me pregunto si el bufón será tan sabio como para poder saber decirle siempre alguna cosa que a la princesa le guste oir. Si al bufón se le acabaran los trucos para reir y los chistes para divertir, tendrá la sabiduría para poder hacer razonar a la princesa de otra forma? Será que tenemos bufón y princesa? Creo que sí, pero el bufón es más bien complaciente, no sabio. Y sin sabiduría, no podrá llegar lejos...
11 Comments:
Los caprichos que a nada llevan
son agujas perdidas en pajar
que tarde o temprano se extinguen
dejan tristeza y soledad.
La princesa de este cuento, no es mas que una niña chica
que tal vez en el futuro, anhele a su tierra en vida.
Ojalá que en el futuro la niña logre ver
que el bufon de este cuento por un regalo hizo a muchos perder.
niña chica? De verdad?
Siempre desde que la lei hace muchos años me ha fascinado la fabula de la princesa me recuerda lo caballeresco y lo bonito de dar a quien necesita algo, de lo valioso de lo que no vale nada y el poder inerpretar los deseo de quien apreciamos, gracias desconocida me diste hoy mi luna de plata en una noche sin luna
oye me podrias decir el titulo de ese cuento y el autor si no es problema?? gracias me gusto mucho
este cuento lo lei cuando tenia como 10 años, ahora tengo 55 lo he contado a alumnos, sobrinos, hijo etc.y pronto se lo contaré a mi nieta, para mi es un cuento hermosisimo la version que lei era un poco diferente pero con el mism o sentido que para mi es que solo puedes conocer a una persona si ella misma te lo hace saber, la unica forma de complacer a alguien es preguntandole que quiere y que piensa y no tratar de adivinar, gracias por publicarlo.
Yo también lo leí desde niña y yo creo que es uno de los cuentos que mas me han gustado, hoy lo recordé y lo busque en la red y felizmente lo encuentro, ahora tengo 58 años y también lo he contado a muchas personas porque para mi es un cuento con un mensaje muy bueno. Solo quien quiere algo sabe que es si lo preguntas puedes complacer a la persona..Muchas gracias y me alegra saber que el cuento de mi niñez tiene muchos fanáticos
hoy recorde este cuento a mis 63 años pues se lo voy a contar a mi nieta ya que es parte de la comunicacion que a travez de internet puedo tener con ella ya que esta muy lejos fisicamente de mi y mi necesidad de estar con ella me ha motivado a tener este contacto para verla crecer y tener esta relacion viva para que no se vaya a olvidar de mi
Que bonito cuento!! Me gustó tanto!!,y hay muchas cosas que de el se aprenden :3
esefinal de ese cuento no es asi...el bufon es quien le pregunta a la princesa sobre si ella tenia la luna por que aparecia otra nueva en el cielo...y la princesa le doy la respuesta al bufon....deberia verificar lo que escribio el autor original de ese cuento
Cierto. No es contado fielmente. La princesa le da todas las respuestas al bufón y el final es aún más bonito.
Respecto de su comentario final: la sabiduría no se restringe a los conocimientos académicos. Los antiguos pueblos tuvieron menos opciones de estudios oficiales, y sin embargo desarrollaron una sabiduría que les hizo convivir mejor que nosotros con el planeta.
Conozco la historia original y es triste encontrar ésta versión. Me ha pasado también con el principito
Primero: destrozaste un cuento hermoso.
Segundo: vuelve a leerlo porque no lo entendiste.
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