De brujas y herejes
Una tarde lluviosa. Un cielo plomizo. Un principio de invierno. En un café, una pareja de enamorados intercambian corazones remojados en un impersonal escenario.
De repente se oye un "te quiero...". Los ojos le brillan como sólo pueden brillar las estrellas. Así como brillan los ojos de los enamorados cuando se dicen esas dos palabras con el corazón latiéndoles a mil en el pecho y la certeza de que nada les basta para expresar todo lo que quieren decir...
Un "te quiero" de respuesta se apagó en el humo del café que tomaban. Un par de palabras que parecían absurdamente escuetas. Tan insuficientes eran, que saltó un rotundo y completo "te quiero, brujita maravillosa".
La chica bajó la vista y sonrió ampliamente a la mesa de nogal oscuro. Entre sus manos la taza grande de cerámica blanca, humeando un chispazo de provocación y de desafío con aroma a café: "eso de "maravillosa" no es como mucho? no temes que te quemen por hereje al asignarle tales adjetivos a una bruja?"
Era la flama de la venganza por tanta rojez en el rostro y el innegable deseo de hurgar más en el alma del otro, ese que seguía descaradamente el juego con una carcajada espontánea y un irresponsable "no, no temo. Diré mientras me quemo: “pero es maravillosa”..."
Ambos reían. ... un desparpajo enternecedor, eso es lo que podría definir ese diálogo. Todo sobraba...
De nuevo, un "te quiero" se escapó de la boca de él. Su risa se desdibujaba hacia una sonrisa diminuta, tratando de dar solemnidad a la frase, tratando de convencerla de que era serio todo lo que le decía. Ella, con los ojos fijos en él y la cara sonreida apuntando hacia la mesa, respondió: "y yo a tí, mi pequeño pillo..."
En un intento por darle más rotundidad a la frase, pletórico de dicha, agregó él entre risas un "ni te imaginas cuánto..."
La respuesta de ella daba pistas de la profundidad del trecho que él se había abierto en su corazón. Bajando la vista hacia la mesa, levantándola de nuevo para enfrentar a los inquisidores ojos de él que la contemplaban, respondió con un: "me dejaste sin respuesta. Creo que ahí sí tienes razón... Y me parece que te voy a creer porque no me has dado razones para desconfiar"
Porfiado, el buen guerrero, sonriente ahora antes la victoria de su ataque, dijo con voz suave y mirada entornada, sujetando las manos de ella: "te quiero, brujita..."
La chica, conmovida, turbada, perpleja, lo miraba fijamente, sin sonrisa ni molestia, con los ojos brillándole como estrellas.
Se oían risas en esa ventana del café. Se desvanecían los contenidos de las tazas y se calentaba el aire: "te quiero, brujita... te quiero"... repetía, eufórico, él...
"Y yo a tí, hereje... y yo a tí..."
De repente se oye un "te quiero...". Los ojos le brillan como sólo pueden brillar las estrellas. Así como brillan los ojos de los enamorados cuando se dicen esas dos palabras con el corazón latiéndoles a mil en el pecho y la certeza de que nada les basta para expresar todo lo que quieren decir...
Un "te quiero" de respuesta se apagó en el humo del café que tomaban. Un par de palabras que parecían absurdamente escuetas. Tan insuficientes eran, que saltó un rotundo y completo "te quiero, brujita maravillosa".
La chica bajó la vista y sonrió ampliamente a la mesa de nogal oscuro. Entre sus manos la taza grande de cerámica blanca, humeando un chispazo de provocación y de desafío con aroma a café: "eso de "maravillosa" no es como mucho? no temes que te quemen por hereje al asignarle tales adjetivos a una bruja?"
Era la flama de la venganza por tanta rojez en el rostro y el innegable deseo de hurgar más en el alma del otro, ese que seguía descaradamente el juego con una carcajada espontánea y un irresponsable "no, no temo. Diré mientras me quemo: “pero es maravillosa”..."
Ambos reían. ... un desparpajo enternecedor, eso es lo que podría definir ese diálogo. Todo sobraba...
De nuevo, un "te quiero" se escapó de la boca de él. Su risa se desdibujaba hacia una sonrisa diminuta, tratando de dar solemnidad a la frase, tratando de convencerla de que era serio todo lo que le decía. Ella, con los ojos fijos en él y la cara sonreida apuntando hacia la mesa, respondió: "y yo a tí, mi pequeño pillo..."
En un intento por darle más rotundidad a la frase, pletórico de dicha, agregó él entre risas un "ni te imaginas cuánto..."
La respuesta de ella daba pistas de la profundidad del trecho que él se había abierto en su corazón. Bajando la vista hacia la mesa, levantándola de nuevo para enfrentar a los inquisidores ojos de él que la contemplaban, respondió con un: "me dejaste sin respuesta. Creo que ahí sí tienes razón... Y me parece que te voy a creer porque no me has dado razones para desconfiar"
Porfiado, el buen guerrero, sonriente ahora antes la victoria de su ataque, dijo con voz suave y mirada entornada, sujetando las manos de ella: "te quiero, brujita..."
La chica, conmovida, turbada, perpleja, lo miraba fijamente, sin sonrisa ni molestia, con los ojos brillándole como estrellas.
Se oían risas en esa ventana del café. Se desvanecían los contenidos de las tazas y se calentaba el aire: "te quiero, brujita... te quiero"... repetía, eufórico, él...
"Y yo a tí, hereje... y yo a tí..."
2 Comments:
pues mejor quemarse en la hoguera por herejía que seguir la corriente de la ortodoxia sin creer en ella.
De espectadora silente frente a la hoguera:
Rodolfo: Será? Ya llegué a la convicción de que, por lo menos yo, no ando por mal camino con mis herejías, que a veces parecen simplezas del más ortodoxo "sentido común".. .que nadie se atreve a buscar. Así que bienvenido al mundo de los "rebeldes". Me alegra saber que somos ya unos cuantos!
Un abrazote!
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