10 mayo, 2006

La Yaya

Tuve la ocasión de conocer una vez a cierta señora que, en su familia, apodaban "La Yaya". Su nombre verdadero, muy típicamente peninsular, no tenía absolutamente nada que ver con el apodo que le daban. Ante la pregunta de por qué el apodo, respondía su nuera "es que así le decía Carlitos cuando estaba chiquito porque no podía pronunciarle el nombre y se quedó así para siempre..."

Carlitos, como muchos niños, rebautizó a su abuela. Para él, seguramente, el descubrimiento de ese ser fue algo especial y quizo llamarla por el nombre por el que más oía que la nombraban. Y como su incipiente motricidad oral no daba la talla para pronunciar "ese" nombre, él se acuñó uno que sí podía pronunciar. Y resolvió llamar a esa señora que él quería que volteara a verlo y le prestara atención, Yaya. Lo que no supo ese chiquito fue que le cambió hasta la costumbre a la familia, seguramente porque la abuela se enterneció hasta la última fibra al oir ese remedo que reflejaba un gigante esfuerzo por pronunciar su nombre.

Ya de grande, siendo un "Carlos" y no un "Carlitos" (su mamá siempre lo llamó igual, ya se sabe que para las madres uno nunca crece...) miraba a su abuela con desdén, como un mueble más de la casa. Y no lo digo porque no le tuviera aprecio ni cariño, tampoco quiero decir lo contrario, sino que la expresión viene a referirse a que la tomaba como "algo permanente e intrínseco a la rutina, algo para quedarse por siempre, algo inalterable porque tiene allí desde antes de que yo naciera y no creo que sea para siempre pero sí va a durar mucho tiempo más, así que me da igual verlo o no verlo, seguirá por ahí, en la casa".

Hoy La Yaya se murió. La edad? Y poco importa. No quería morirse, eso lo sabemos varios que más o menos tuvimos contacto con la familia. El hijo, el papá de Carlitos, dijo de ella una vez "es que mi mamá tiene todo malo pero no quiere morirse. Mi tío tiene todo bueno pero no quiere vivir". Y sí, es posible, porque para La Yaya todos los días eran un poquito iguales a ayer pero un poquito como ningún otro y había que ver qué llegaba de nuevo.

Y hoy se murió La Yaya como se muere la gente: dejándonos sin saber por qué se van. Me imagino que su familia la llorará, supongo que yo debería sentirme triste porque no la veré sonreir nunca más, quizás nadie la llore porque ya estaba muy viejita y más encorvadita que un seis y muy deteriorada y, por crudo que parezca a algunos, era mejor que dejara de sufrir...

Es que, en mi opinión, en los funerales es donde se oyen más visiones auténticas de lo que para cada uno es la vida, por irónico que parezca. Para algunos es un camino tan arduo y cansón que la muerte no es sino el descanso final. Para otros no es sino una injusticia muy grande...contra mi persona, claro, porque la vida es la razón para compartir conmigo y si no está acá me quedo solo. Para otros no es sino una pena muy honda que aniquila el sentido al resto de lo que sea esa enorme amorfidad difícil de definir y que llaman vida. Para otros no es sino la consecuencia lógica de nacer. En fin, para gustos, colores.

Lo que me parece más significativo de los funerales y otros "ritos de paso" es que sirven para que los vivos se hagan a la idea de que el otro no estará más en este estadio de la materia, por no entrar en detalles ni metafísicos ni espirituales. Toda religión, toda práctica espiritual establece ritos y procedimientos para ayudar a ese que nos deja a "cruzar para el otro lado". Como quiera que se llame el "lado" según la práctica espiritual en cuestión.

El tema de la muerte es un poco "recurrente" en mi vida en estos tiempos. La muerte de un ser que me fue muy cercano, aclaro. No es lo mismo que se muera alguien que yo no conocía de palabra o trato a que se muera alguien con quien compartí un buen trecho de mi llamada "vida adulta". Tampoco quiero decir que la muerte de alguien que no conozco de palabra o trato me deje indiferente, simplemente hago la aclaratoria de que la muerte de alguien que llegamos a estimar o querer resulta muy distinta a la de alguien que quizás nunca tuvimos la ocasión de percibir en su humanidad.

Como no poca gente, la muerte de un ser cercano a mis afectos me ha cambiado un poco la visión de las cosas y me ha servido para relativizar valores que yo consideraba imprescindibles, intrínsecos, aceptados o indisociables de la condición humana. Y sí, ya lo sé, estos cambios ocurren porque me dí cuenta de que yo soy vulnerable a ese fenómeno. Yo soy humana. Yo puedo morir en cualquier momento. Yo puedo dejar de ser lo que soy, lo que fui y lo que todavía no planeo ser simplemente porque estoy viva y me puedo morir. Soy vulnerable. Y ese concepto no lo tenía antes y no lo había valorado sino como algo que "le pasa a otros".

La cotidianidad nos da, muchas veces al día, la oportunidad de practicar el morir. Dormir es como estar muerto: uno no sabe nada de lo que pasa a su alrededor y nadie que esté cerca de tí sabe dónde está tu mente en ese momento ni por qué blanqueas los ojos o roncas en determinado momento y no otro. La respiración comienza y, si no expulsamos el aire de los pulmones, podemos morir ahogados con aire. También podemos morir si no tomamos aire. Cualquier cosa que traguemos nos puede producir un atascamiento que nos deje sin aire ni para toser y moriremos por asfixia. Podemos morir de causas menos evidentes y más efectivas, llamémoslas "defectos técnicos del cuerpo", como los infartos o las embolias. Y no sigo porque no sé quién me esté leyendo y cuan hipocondríaco sea...

Sin embargo, siendo tan vulnerables, no termino de entender por qué la gente llora cuando se trata de un muerto. Creo que lo que más se oye decir cuando alguien que uno quiere se muere es "se fue". Y creo, dicho por mi experiencia personal, que somos unos egoistas de primera que sólo piensan en que "se fue y me dejó solo a mí, acá... a mí, a quien dijo amar tanto!!". Y de ahí que no sean pocos los que hasta imprecan al muerto "haber sido injustos" o "haber abandonado" al que los llora.

Así, nadie llora al muerto. En realidad creo que lloramos porque nos dejaron solitos y nos parece injusto que no podamos tener más ese cariño, y no otro, que nos llenaba de tanto gozo. Lloramos por nosotros, no porque el otro se murió...

Tampoco entiendo por qué nadie ve a la muerte como una fiesta. No sé si se han fijado que los velorios y entierros reune más gente que los bautizos y matrimonios a veces. Sí, salen a relucir los amigos de verdad y los interesados, los que "por cumplir" van a saludar a la familia del difunto y los que sienten que les entristece la muerte de esa persona con la que no tenían un vínculo estrecho pero que conocian de alguna forma. Hay mucha gente que no marca la diferencia en el corazón del que está compungido hondamente por la partida de un ser querido, es cierto. Pero debería alegrarnos ver tanta gente junta, o por lo menos debería alegrarnos saber que si uno se va, nos deja algún amigo que nos ayudará a sacar adelante lo que sea porque se ve que está en las buenas y las malas de uno.

Para mí, si puedo ser honesta, hoy debería festejar por la Yaya. Acaba de nacer a "otro plano" como lo llaman algunos. Yo no lo conozco pero sé que se la pasa uno bien porque me lo ha dicho alguien que está por allá. Es que hasta un pedacito me mostró en su rostro... y me pareció tan bonito que, creo, voy a poder aceptar con relativa calma cualquier muerte que me toque hondo. Al fin y al cabo, sé que todo es muy bonito por allá. Más que lo más bonito que haya visto con estos ojos. Se le llena a uno el corazoncito de alegría y calma, saben?

Sí, sí, para mí esto de vivir es sólo algo temporal, lo permanente es lo otro, lo que está más allá de nuestra humanidad, esa espiritualidad que nos hace conmovernos y enternecernos, esa ánima que nos hace saltar al vacío confiando en que caeremos seguros y no nos perderemos en el abismo de cualquier proyecto o aventura. Ese intangible que nos hace sentir que alguien que vemos es digno de todo nuestro amor y que nos hace repeler algo que nos parece absolutamente cruel o injusto. Ese mismo intangible que hace que algunos se juren no abandonar al otro que aman tanto y no cejar en su empeño de buscarlo hasta encontrarlo en lo que suponemos será otra vida, u otro plano, u otra área de nuestro intangible perpetuo que nos hace más que carne y huesos.

Y como el alma de La Yaya sigue, yo sigo creyendo que mejor me sonrío con ella porque, al fin y al cabo, no la veo pero sé que sigue por ahí, pensando que cada día en "el otro lado" es un buen día porque es un poquito igual a ayer pero un poquito como ningún otro y hay que ver qué llega de nuevo...

2 Comments:

Anonymous Anónimo Dijo...

La vida es arte.
Para muchos de nosotros, lo es.
Después de leerte veo que en ello coincidimos.
Ler sobre La Yaya y la Lección para el profesor.
Toda una lección de como ver la vida.
Gracias.

12:08 p. m.  
Anonymous Anónimo Dijo...

es que la gente no llora el muerto, sino la incomprensión de su soledad... llora la reconstrucción de su mundo de ausencias.... eso es lo que duele, la individualidad

10:53 a. m.  

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