15 noviembre, 2006

In de Oudstrijderstraat

En días como hoy, de lluvia, de grises, de viento frío sin ningún aroma, me recuerdo de la Oudstrijderstraat.

A mi cabeza confluyen sensaciones térmicas, olores, sitios, sonidos y personas. Y más si, como es el caso, oigo Stash.

Estoy en la estación del tren a las 6:40 am, después de viajar 20 minutos en el autobús, desayunando un arepa dulce con queso gouda mientras llega a mi nariz el olor de la lluvia de la noche anterior y el moho de la caseta que me resguarda del viento que huele a centurias e indiferencias.

Voy de camino al Ter Borcht en Meulebeke y atravieso callecitas, unas silenciosas y otras muy transitadas. Me lleno del olor de las hojas podridas en otoño, del hielo y la escarcha del invierno, del charcutero que cada mañana, detrás de la Marktstraat, hace sus embutidos y fiambres y del insípido olor alcoholizado de la farmacia de la Kasteelstraat.

Paso de 'T Bloementje, la floristeria de la Karel Van Maandel Straat, a la biblioteca, de camino a la panadería de Alexandra y Frank. Recuerdo la sonrisa de Alexandra, quien siempre ladeaba la cabeza cuando me sonreía, más amplio que a sus clientes flamencos. Recuerdo a Frank hablándome despacio y en holandés siempre, tal como su mujer, mientras me entregaba alguna revista junto con el pan "para que practiques más holandés". Miro las revistas en la librería detrás del OC Vondel y me enfrento al viento que barre la calle del cementerio, la Ruselstraat, allí donde descansan Marcel y su esposa.

Y entonces empiezo a viajar por ciudades y sitios de toda la Bélgica que conocí...

Recuerdo la tienda de segunda mano al lado de OCMW de Roeselare, unas cinco cuadras más allá de la estación. Recuerdo el Kruidvat cerca de la estación y la cuadra que le seguía, llena de tiendas coloridas, lujosas, excéntricas, baratas, atiborradas, delicadas, aromáticas y despreciables.

Recuerdo De Banier allí y en Brujas... y me vienen a la mente los olores de la estación de Brujas: arena, cemento, madera húmeda y el tufo de los pasajeros en el tren sin ventilación y con ventanas cerradas a las 5 de la tarde de cualquier tarde de septiembre o noviembre.

Recuerdo la Plaza Central, cerca de la estación, donde íbamos al mercado (si yo insistía) los sábados en la mañana... y los distintos tipos de pollos, gansos y patos a la venta para criarlos en casa, los conejitos blancos de orejas altas y los grises y rechonchos de orejas gachas, los pajaritos venidos de algún país tropical y los pavoreales que graznaban en sus jaulas. Recuerdo oir a los verduleros, pregonando sus ofertas mientras yo me preguntaba cómo pedir tal o cual fruta o verdura en mi incipiente holandés.

Y justo ahora, me voy volando en recuerdos, a la blauweregen que caía en flores y servía de albergue a los pajaritos cada verano, frente a la que era nuestra casa, en la Oudstrijderstraat. Recuerdo el camino a la biblioteca tanto como recuerdo el café Arte de Kortrijk, en la plaza del mercado. Recuerdo las cenas en de Flinstones, en Kortrijk, con la carne asándose en piedras calentadas a fuego vivo. Recuerdo los helados de Brujas, en la gelatería que estaba al final de una de las calles que enmarcan la plaza. Recuerdo cómo me gustaba pasear por la "cosmopolita" Brujas... tan diferente de mi pequeño villorrio agrícola.

En días así recuerdo los girasoles de mi jardín sonreir al sol espléndidos, mientras las Zinnias les regalaban polen a las abejas y el moral se afanaba por crecer. Recuerdo la hermosa filigrana que era el nogal, extendido contra al cielo. Recuerdo también que me frustraba no poder entender a Jaana y Anaïs, mis vecinitas de al lado, que veía cuando estaban jugando y yo iba a alimentar a las gallinas.

Recuerdo las crêpes del café detrás del Ter Borcht tanto como los wafles del 'T Silverzands, en la costa norte. Recuerdo los Bailey's, en casa de C, en la Brujas que tanto me marcó (aunque yo no lo sabría sino después) con su olor a madera y ladrillo, a moho y tradición, a puritanismo y pecado, que inunda a Brujas entera y que le da ese aura de majestuosidad imponente y de perfección inalcanzable, aún a pesar de que, cuando llueve, los barriales le puedan llegar a uno a los tobillos.

Recuerdo la Meulebekestraat en Ingelmunster, las tantas veces que pasé por ahí para visitar a gente que ya no me quiere más... y prefiero creer que es porque el dolor les ciega la visión y no les permite ver que no hay culpables en esa tragedia. Recuerdo las rosas en casa de A y los plantíos de ajoporros al lado. Recuerdo los pollitos negros de sus gallinas chilenas de huevos reducidos en colesterol y sus ranitas brincando en el pozo del jardín.

En días de lluvia así, recuerdo huir a un café cualquiera, para esconderme de la lluvia durante el Gentse Feesten. Fue allí, en ese festival, que me descubrí latina. Fue en las calles de Gante donde aprendí a amar más aún a mi UCV. Fue en sus cafés donde aprendí a entender lo mucho de Celia Cruz y Tito Puente que llevo por dentro.

Oyendo música funk, aprendí lo mucho de Los Amigos Invisibles que me marca. Comiendo papas fritas entendí lo mucho de la cultura del "perrocontodo" que llevo en mí. Oyendo la melodía del carrito de helados que pasaba por la Oudstrijderstraat cada tarde de verano, y algunas del ya bien entrado otoño, me dí cuenta de lo ajena que era yo a todo ese mundo...

Pero en tardes y días como los de hoy, me acuerdo de Gante, de Brujas, de Roeselare, de Meulebeke, de Ingelmunster, de Izegem y la fritería "Het Boletje", de los Piepers y los Beyaert, de S. Leven y de los Vancoillie, de los Debrabandere y la lluvia...

..y de la blauweregen que adornaba la puerta de la casa de la Oudstrijderstraat donde yo vivía.