De lluvia y recuerdos
LLueve, si te da la gana. Puedes llover que, total, ya no me interesa. Hemos llegado a otra de las pruebas.
Cielo gris, cerrado de nubes. Horas y más horas con el cielo así, imposibilitada de ver el sol y simplemente sentir el frío del viento que sopla sin calor que le acompañe. Frío, hace frío afuera y en mi corazón porque me recuerdo de tantas y tantas cosas que hasta he llegado a pensar que no percibo los olores sino que mi mente los crea para someterme al calor de la fragua y forjarme el temple, como se forja el acero.
Que llueva! Que llore el cielo que, total, ya no me importa. La inclemencia del tiempo me la he vivido peor. He visto la nieve caerme encima con toda la euforía y la alegría que no me cabían en el pecho y he soportado días entero de tristeza y resignación inconforme con temperaturas de menos 3 grados. Hoy está haciendo el tipo de frío que con un sweater, y quizás unos buenos zapatos, toleraría con tranquilidad. Sé que hará calor en ciertas partes de la ciudad. Sé, también, que mucho de lo que haya de vivir ahora cada tarde con lluvias y vientos ya lo he vivido, ya lo he superado. Así, esta amenaza prologada de luvia del día de hoy ya me deja indiferente, ya la puedo hacer a un lado.
Ese fuego de mi memoria, en la que chisporrotean los recuerdos de cosas y días, de olores y sensaciones, de pisadas y tiendas, de rutinas e interrupciones, es el fuego que he de resistir sola, el que nadie puede ver pintado en el cielo que hoy nos rodea, el que nadie puede sentir en el viento que hoy nos arropa. Ese fuego inclemente que asa mis alegrías y mis ilusiones es el que ha de forjar definitivamente mi corazón, abierto a más experiencias, cerrado al pasado de dolor, tolerante ante los nuevos fiascos, arriesgado ante los posibles aciertos.
Llueve, acaba de lanzar toda tu agua, que sólo servirá, como siempre ha servido, para lavar los recuerdos, difuminar las tristezas, suavizar los dolores y arrastrar los olores.
Cielo gris, cerrado de nubes. Horas y más horas con el cielo así, imposibilitada de ver el sol y simplemente sentir el frío del viento que sopla sin calor que le acompañe. Frío, hace frío afuera y en mi corazón porque me recuerdo de tantas y tantas cosas que hasta he llegado a pensar que no percibo los olores sino que mi mente los crea para someterme al calor de la fragua y forjarme el temple, como se forja el acero.
Que llueva! Que llore el cielo que, total, ya no me importa. La inclemencia del tiempo me la he vivido peor. He visto la nieve caerme encima con toda la euforía y la alegría que no me cabían en el pecho y he soportado días entero de tristeza y resignación inconforme con temperaturas de menos 3 grados. Hoy está haciendo el tipo de frío que con un sweater, y quizás unos buenos zapatos, toleraría con tranquilidad. Sé que hará calor en ciertas partes de la ciudad. Sé, también, que mucho de lo que haya de vivir ahora cada tarde con lluvias y vientos ya lo he vivido, ya lo he superado. Así, esta amenaza prologada de luvia del día de hoy ya me deja indiferente, ya la puedo hacer a un lado.
Ese fuego de mi memoria, en la que chisporrotean los recuerdos de cosas y días, de olores y sensaciones, de pisadas y tiendas, de rutinas e interrupciones, es el fuego que he de resistir sola, el que nadie puede ver pintado en el cielo que hoy nos rodea, el que nadie puede sentir en el viento que hoy nos arropa. Ese fuego inclemente que asa mis alegrías y mis ilusiones es el que ha de forjar definitivamente mi corazón, abierto a más experiencias, cerrado al pasado de dolor, tolerante ante los nuevos fiascos, arriesgado ante los posibles aciertos.
Llueve, acaba de lanzar toda tu agua, que sólo servirá, como siempre ha servido, para lavar los recuerdos, difuminar las tristezas, suavizar los dolores y arrastrar los olores.
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