18 noviembre, 2006

Caricias parlantes

Te lo he dicho: nunca, jamás, acaricies así a un hombre! Eso sólo te trae problemas.

En el momento en que tus dedos se deslizan de la frente de un hombre a su nuca, arando sus cabellos con tus dedos, en ese preciso momento ocurren dos cosas: lo haces consciente de la vulnerabilidad que él se conocía pero que negaba a todos, incluido él mismo; y te vuelves la piedra fuerte y el muelle de anclaje de él. Nunca, jamás, acaricies así a un hombre. Nunca. Sólo te metes en problemas. ¿Cuántas veces te lo dije?

Y sin embargo lo hiciste, no me tomaste en cuenta.

Ahora lloras porque él te ve con ternura y no con pasión. Antes la pasión se entremezclada en la ternura, dices? Acabas de reemplazar a su madre. Antes de eso, sólo te veía como "la otra mujer que vale en mi vida". ¿La primera? Su madre, claro. Pero tú eras la segunda y eras merecedora de todo lo que en calidad de "segunda" te merecías. Que no era poco.

Ahora sólo estás allí. Eres un elemento de seguridad porque le hiciste sentir, con esa estúpida caricia, que eras la solidez en la que podía apoyarse en sus dificultades y en la que podía alzarse si se sentía débil o inferior. Le hiciste la misma caricia que las madres les hacen a sus niños pequeños desde siempre. Le acariciaste la cabeza con los dedos y ahora sólo eres "la que se disputa el primer puesto con mi mamá". Y como él nunca sabrá a cuál querer más, porque ambas usarán sus propias técnicas de chantaje emocional para atraer su atención y él sabrá que amabas lo manipulan y se disputan su afecto, siempre serás algo así como "la que se disputa el primer puesto de mi corazón". Nada más.

Y no pretendas decirle ahora que te olvide, que prefieres irte del todo y arrancarte el corazón del pecho para dejar de sentir el dolor por dejarlo. Eso no funciona así. Acabas de dejarle ver, también, con esa caricia, que le serás eterna, como le son las piedras al mar. Eres el asidero de él porque le diste la certeza de tu presencia. Irte, habiendo hecho ese gesto, será un homicidio a sabiendas de que lo asesinas. Será como el cirujano que, para evitar ser descubierto en su error, la arremete contra el paciente, cortándole allí donde le pueda hacer más daño y con el menor número de consecuencias para el doctor.

Ahora, por no oirme, te toca conocer el calvario de las mujeres que, desde el principio, les dan a sus parejas la oportunidad de saberse seguros y eternamente amados. Ese es el peor calvario porque casi siempre te dejará al final de todo: al final de sus afectos porque siempre estarás allí, al final de la relación porque asume que vives para él, al final de sus acciones porque siente que siempre sabrás esperar... y al final de tí misma, lo peor, porque justificas todas sus negligencias para contigo en "lo normal de una relación".

Pero era normal todo eso. Al final, yo sólo podía dejarte ser. Sigo amándote porque sé que, si así ha de ser, verás después tu error y, siguiendo tu voz interior, lograrás enmendar de algún modo el entuerto en el que te acabas de meter. Espero que escuches a tu corazón también en el momento cuando te reclame atención para tí misma. De lo contrario, sufrirás lo que sufre una mujer maltratada.

Y lo peor, mi querida Anastasia, es ser una mujer maltratada. Sí, porque, tiempo después, descubres que sólo si tu lo permitías era posible lastimarte así. Y empezarás a reprocharte y lamentarte en vano. En vano, sí. Pero eso no lo sabrás sino tiempo después, cuando descubras que no podías actuar de otra forma, ni mejor ni peor sino de otra forma, porque no sabías lo que sabes hoy.