Mi deseo de juventud...
Quiero envejecer como todo el mundo y perder, poco a poco, la memoria. No es que yo tenga tendencia a (ni la certeza de poder) envejecer de forma distinta a la del promedio, pero se me ocurrió imaginar por un segundo que no fuera así.
Y me dí cuenta entonces que, si así fuera, mis amigos y familiares harían cosas que para mí resultarían impensables, como no saber si entraban o salían de la habitación mientras, parados en el umbral de la puerta, se pregunten en voz alta qué iban a hacer allí o si ya iban de salida; me desesperaría al ver que la comida se les quema en las ollas porque se les olvidó que habían puesto la cocina en marcha; me molestaría verlos llegar a X sitio de la casa, con aire decidido y verlos detenerse así, de repente, y preguntar on ojos de angustia "qué venía yo a buscar aquí?", para total tribulación de mi persona con su mente super lúcida y su correcto sentido del aquí y el ahora.
Quiero envejecer como todo el mundo para no saber, en medio de mis chocheras, que actúo como no lo hice nunca, juzgando el éxito de una persona en función de si se come toda su comida, ni su inteligencia en función de si limpia juiciosamente sus zapatos cada día.
Quiero envejecer sin memoria para no tener que sufrir por los resultados de la (futil) lucha contra mis esfínteres, quienes, inevitablemente, me fallarán por "fatiga de los materiales". Así, no me daría cuenta de que me he vuelto "la abuelita cagona sin remedio" de la casa y no me avergonzaría de nada. Simplemente amaría a todas las criaturas abrigadas por el cielo, sin saber que me he vuelto una carga molesta para los que me tienen que lidiar.
Quiero envejecer como todos, sin memoria, para volver a la primera infancia y no tener prejuicios ni estereotipos de las cosas o las personas (pues los habré olvidado); para poder así, sin equipaje, enfrentar al mundo con una sonrisa eterna y los ojos brillantes ante la conquista de cada aventura que la cotidianidad me presente, en las que me mediré siempre conmigo misma porque ya a nadie le importará, por ejemplo, cómo me tome mi sopa. Nadie tendrá una expectativa de mí. Pero yo sabré que lo hice bien. Aunque sólo sea para mi información personal y al resto del mundo le siga pareciendo la abuelita latosa sin remedio.
Es mejor envejecer como todos porque, al final, sin importar los bienes acumulados en vida, todos moriremos, todos caeremos. La excentricidad sólo vale por un período. Yo, soy de las que prefiere las cosas iguales al promedio. Allí radica la nobleza humana: nunca dejar de tener presente que somos lo que se nos permite ser pero al final sólo seremos lo que habíamos de ser desde el principio.
Y me dí cuenta entonces que, si así fuera, mis amigos y familiares harían cosas que para mí resultarían impensables, como no saber si entraban o salían de la habitación mientras, parados en el umbral de la puerta, se pregunten en voz alta qué iban a hacer allí o si ya iban de salida; me desesperaría al ver que la comida se les quema en las ollas porque se les olvidó que habían puesto la cocina en marcha; me molestaría verlos llegar a X sitio de la casa, con aire decidido y verlos detenerse así, de repente, y preguntar on ojos de angustia "qué venía yo a buscar aquí?", para total tribulación de mi persona con su mente super lúcida y su correcto sentido del aquí y el ahora.
Quiero envejecer como todo el mundo para no saber, en medio de mis chocheras, que actúo como no lo hice nunca, juzgando el éxito de una persona en función de si se come toda su comida, ni su inteligencia en función de si limpia juiciosamente sus zapatos cada día.
Quiero envejecer sin memoria para no tener que sufrir por los resultados de la (futil) lucha contra mis esfínteres, quienes, inevitablemente, me fallarán por "fatiga de los materiales". Así, no me daría cuenta de que me he vuelto "la abuelita cagona sin remedio" de la casa y no me avergonzaría de nada. Simplemente amaría a todas las criaturas abrigadas por el cielo, sin saber que me he vuelto una carga molesta para los que me tienen que lidiar.
Quiero envejecer como todos, sin memoria, para volver a la primera infancia y no tener prejuicios ni estereotipos de las cosas o las personas (pues los habré olvidado); para poder así, sin equipaje, enfrentar al mundo con una sonrisa eterna y los ojos brillantes ante la conquista de cada aventura que la cotidianidad me presente, en las que me mediré siempre conmigo misma porque ya a nadie le importará, por ejemplo, cómo me tome mi sopa. Nadie tendrá una expectativa de mí. Pero yo sabré que lo hice bien. Aunque sólo sea para mi información personal y al resto del mundo le siga pareciendo la abuelita latosa sin remedio.
Es mejor envejecer como todos porque, al final, sin importar los bienes acumulados en vida, todos moriremos, todos caeremos. La excentricidad sólo vale por un período. Yo, soy de las que prefiere las cosas iguales al promedio. Allí radica la nobleza humana: nunca dejar de tener presente que somos lo que se nos permite ser pero al final sólo seremos lo que habíamos de ser desde el principio.
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